“Has
de saber para contar y entender para saber que esto era…”
En el instante en que escuchaba a mi madre
comenzar a relatar esas palabras, sabía que había llegado el momento más
esperado por mí a lo largo de todo el día, El momento de que ella se sentara a
los pies de la cama e hiciera volar mi imaginación a través de diferentes mundos
que variaban en función del día, un día soñaba con ser un pirata que surcaba
los mares y otro con ser un caballero que luchaba contra monstruos y dragones
para poder liberar a mi amada princesa, y es que mi madre de imaginación no
anda escasa e hizo que desde muy pequeño ansiara el momento de irme a la cama.
Los textos
folclóricos cobran un importante papel en cuanto al correcto desarrollo de los
más pequeños. Estos juegan con ventaja en comparación a los textos literarios
complejos que se rigen por reglas literarias, una de estas es que difícilmente
escucharemos dos veces como nos narran un cuento de la misma manera, aunque
este sea narrado por el mismo sujeto.
Otra ventaja
con la que cuentan es que gozan de una simplicidad cuyo objetivo es muy claro,
buscan el entretenimiento y la diversión de los más pequeños. No contienen ni
una moraleja ni significado secundario, son textos simples y solo buscan como
he escrito anteriormente, entretener y divertir.
Para mí la
ventaja más importante es la capacidad positiva que estos tienen sobre el
correcto desarrollo de la imaginación individual de cada niño, con esto me
quiero referir a la interpretación que hace cada niño en función de las ideas
que este posee a lo largo de todo el desarrollo de la historia y elige aquella
parte que más le ha atraído o gustado.
En el
momento de sentarme delante del ordenador y empezar a redactar esta actividad
me sentía bastante perdido y confuso y no he sabido muy bien como comenzarla.
He tenido que pararme a recordar todas aquellas vivencias que he tenido a lo
largo de toda mi infancia , todos esos momentos en los que nervioso, acudía al
cumpleaños de algún amigo y nos
sentábamos frente a aquel payaso que nos contaba un cuento y nos dejaba a todos
con la boca abierta y la mente cargada de ideas, con las cuales nuestra
imaginación jugaba a su antojo, construyendo momentos como si de
filmogramas se trataran, en los cuales
caballeros, gigantes, castillos y princesas deambulaban por nuestra cabeza de
un sitio para otro. Pero por encima de esos maravillosos momentos existían
otros aún más maravillosos y eran aquellos en los que mi madre o mi padre me
acompañaban a la cama y como si de niños si ellos también fueran niños, soltaban su
imaginación a volar y me narraban ese maravilloso cuento que tanto llevaba
esperando a lo largo de todo el día. La verdad es que ya solo por haber
despertado recuerdos que estaban dormidos en mi mente, la realización de este
trabajo ya habrá merecido la pena.
El primer
cuento que he escogido ha sido un gran clásico el cual todos conocemos, este es Hansel y Gretel, esto se debe a que ha sido de
los primeros cuentos que recuerdo que mi madre me contó, esto hace que hasta la
actualidad sea mi favorito, dice así:
“Junto a un
bosque muy grande vivía un pobre leñador con su mujer y dos hijos; el niño se llamaba
Hänsel, y la niña, Gretel. Apenas tenían qué comer, y en una época de carestía
que sufrió el país, llegó un momento en que el hombre ni siquiera podía ganarse
el pan de cada día. Estaba el leñador una noche en la cama, cavilando y
revolviéndose, sin que las preocupaciones le dejaran pegar el ojo; finalmente,
dijo, suspirando, a su mujer: - ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo alimentar a
los pobres pequeños, puesto que nada nos queda? - Se me ocurre una cosa
-respondió ella-. Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más
espeso del bosque. Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y
luego los dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar
el camino de vuelta, nos libraremos de ellos. - ¡Por Dios, mujer! -replicó el
hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el abandonar a mis
hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por las fieras. - ¡No seas
necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los cuatro?
¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes! -. Y no cesó de
importunarle hasta que el hombre accedió-. Pero me dan mucha lástima -decía.
Los dos
hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre desvelados, oyeron lo que su
madrastra aconsejaba a su padre. Gretel, entre amargas lágrimas, dijo a Hänsel:
- ¡Ahora sí que estamos perdidos! - No llores, Gretel -la consoló el niño-, y
no te aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso. Y cuando los viejos
estuvieron dormidos, levantóse, púsose la chaquetita y salió a la calle por la
puerta trasera. Brillaba una luna esplendoroso y los blancos guijarros que
estaban en el suelo delante de la casa, relucían como plata pura. Hänsel los
fue recogiendo hasta que no le cupieron más en los bolsillos. De vuelta a su cuarto,
dijo a Gretel: - Nada temas, hermanita, y duerme tranquila: Dios no nos
abandonará -y se acostó de nuevo.
A las primeras
luces del día, antes aún de que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los
niños: - ¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por leña-. Y
dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió-: Ahí tenéis esto para
mediodía, pero no os lo comáis antes, pues no os daré más. Gretel se puso el
pan debajo del delantal, porque Hänsel llevaba los bolsillos llenos de piedras,
y emprendieron los cuatro el camino del bosque. Al cabo de un ratito de andar,
Hänsel se detenía de cuando en cuando, para volverse a mirar hacia la casa.
Dijo el padre: - Hänsel, no te quedes rezagado mirando atrás, ¡atención y
piernas vivas! - Es que miro el gatito blanco, que desde el tejado me está
diciendo adiós -respondió el niño. Y replicó la mujer: - Tonto, no es el gato,
sino el sol de la mañana, que se refleja en la chimenea. Pero lo que estaba
haciendo Hänsel no era mirar el gato, sino ir echando blancas piedrecitas, que
sacaba del bolsillo, a lo largo del camino.
Cuando estuvieron
en medio del bosque, dijo el padre: - Recoged ahora leña, pequeños, os
encenderé un fuego para que no tengáis frío. Hänsel y Gretel reunieron un buen
montón de leña menuda. Prepararon una hoguera, y cuando ya ardió con viva
llama, dijo la mujer: - Poneos ahora al lado del fuego, chiquillos, y
descansad, mientras nosotros nos vamos por el bosque a cortar leña. Cuando
hayamos terminado, vendremos a recogeros.
Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego, y
al mediodía, cada uno se comió su pedacito de pan. Y como oían el ruido de los hachazos,
creían que su padre estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una
rama que él había atado a un árbol seco, y que el viento hacía chocar contra el
tronco. Al cabo de mucho rato de estar allí sentados, el cansancio les cerró
los ojos, y se quedaron profundamente dormidos. Despertaron, cuando ya era
noche cerrada. Gretel se echó a llorar, diciendo: - ¿Cómo saldremos del bosque?
Pero Hänsel la consoló: - Espera un poquitín a que brille la luna, que ya
encontraremos el camino. Y cuando la luna estuvo alta en el cielo, el niño,
cogiendo de la mano a su hermanita, guiose por las guijas, que, brillando como
plata batida, le indicaron la ruta. Anduvieron toda la noche, y llegaron a la
casa al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que,
al verlos, exclamó: - ¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en
el bosque? ¡Creíamos que no queríais volver! El padre, en cambio, se alegró de
que hubieran vuelto, pues le remordía la conciencia por haberlos abandonado.
Algún tiempo después hubo
otra época de miseria en el país, y los niños oyeron una noche cómo la
madrastra, estando en la cama, decía a su marido: - Otra vez se ha terminado
todo; sólo nos queda media hogaza de pan, y sanseacabó. Tenemos que deshacernos
de los niños. Los llevaremos más adentro del bosque para que no puedan
encontrar el camino; de otro modo, no hay salvación para nosotros. Al padre le
dolía mucho abandonar a los niños, y pensaba: "Mejor harías partiendo con
tus hijos el último bocado." Pero la mujer no quiso escuchar sus razones,
y lo llenó de reproches e improperios. Quien cede la primera vez, también ha de
ceder la segunda; y, así, el hombre no tuvo valor para negarse.
Pero los niños estaban aún despiertos y oyeron
la conversación. Cuando los viejos se hubieron dormido, levantóse Hänsel con
intención de salir a proveerse de guijarros, como la vez anterior; pero no pudo
hacerlo, pues la mujer había cerrado la puerta. Dijo, no obstante, a su
hermanita, para consolarla: - No llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios
Nuestro Señor nos ayudará.
A la madrugada siguiente se presentó la mujer a
sacarlos de la cama y les dio su pedacito de pan, más pequeño aún que la vez
anterior. Camino del bosque, Hänsel iba desmigajando el pan en el bolsillo y,
deteniéndose de trecho en trecho, dejaba caer miguitas en el suelo. - Hänsel,
¿por qué te paras a mirar atrás? -preguntóle el padre-. ¡Vamos, no te
entretengas! - Estoy mirando mi palomita, que desde el tejado me dice adiós. -
¡Bobo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la mañana, que
brilla en la chimenea. Pero Hänsel fue sembrando de migas todo el camino.
La madrastra condujo a los niños aún más adentro
del bosque, a un lugar en el que nunca había estado. Encendieron una gran
hoguera, y la mujer les dijo: - Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis, echad
una siestecita. Nosotros vamos por leña; al atardecer, cuando hayamos
terminado, volveremos a recogemos. A mediodía, Gretel partió su pan con Hänsel,
ya que él había esparcido el suyo por el camino. Luego se quedaron dormidos,
sin que nadie se presentara a buscar a los pobrecillos; se despertaron cuando
era ya de noche oscura. Hänsel consoló a Gretel diciéndole: - Espera un poco,
hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan que yo he
esparcido, y que nos mostrarán el camino de vuelta. Cuando salió la luna, se
dispusieron a regresar; pero no encontraron ni una sola miga; se las habían
comido los mil pajarillos que volaban por el bosque. Dijo Hänsel a Gretel: - Ya
daremos con el camino -pero no lo encontraron. Anduvieron toda la noche y todo
el día siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del
bosque; sufrían además de hambre, pues no habían comido más que unos pocos
frutos silvestres, recogidos del suelo. Y como se sentían tan cansados que las
piernas se negaban ya a sostenerlos, echáronse al pie de un árbol y se quedaron
dormidos.
Y amaneció el día tercero desde que salieron de
casa. Reanudaron la marcha, pero cada vez se extraviaban más en el bosque. Si
alguien no acudía pronto en su ayuda, estaban condenados a morir de hambre.
Pero he aquí que hacia mediodía vieron un hermoso pajarillo, blanco como la
nieve, posado en la rama de un árbol; y cantaba tan dulcemente, que se
detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado, abrió sus alas y emprendió el
vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se posó;
y al acercarse vieron que la casita estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho,
y las ventanas eran de puro azúcar. - ¡Mira qué bien! -exclamó Hänsel-, aquí
podremos sacar el vientre de mal año. Yo comeré un pedacito del tejado; tú,
Gretel, puedes probar la ventana, verás cuán dulce es. Se encaramó el niño al
tejado y rompió un trocito para probar a qué sabía, mientras su hermanita
mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una voz suave que procedía del
interior:
"¿Será
acaso la ratita
la que roe mi casita?"
la que roe mi casita?"
Pero los niños
respondieron:
"Es
el viento, es el viento
que sopla violento."
que sopla violento."
Y siguieron comiendo sin
desconcertarse. Hänsel, que encontraba el tejado sabrosísimo, desgajó un buen
pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se sentó en el suelo, comiendo
a dos carrillos. Abrióse entonces la puerta bruscamente, y salió una mujer
viejísima, que se apoyaba en una muleta. Los niños se asustaron de tal modo,
que soltaron lo que tenían en las manos; pero la vieja, meneando la cabeza, les
dijo: - Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad y quedaos conmigo, no os
haré ningún daño. Y, cogiéndolos de la mano, los introdujo en la casita, donde
había servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y
nueces. Después los llevó a dos camitas con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se
acostaron en ellas, creyéndose en el cielo.
La vieja aparentaba ser muy buena y amable,
pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los niños para
cazarlos, y había construido la casita de pan con el único objeto de atraerlos.
Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo guisaba y se lo comía; esto era para
ella un gran banquete. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas de
vista; pero, en cambio, su olfato es muy fino, como el de los animales, por lo
que desde muy lejos ventean la presencia de las personas. Cuando sintió que se
acercaban Hänsel y Gretel, dijo para sus adentros, con una risotada maligna:
"¡Míos son; éstos no se me escapan!." Levantóse muy de mañana, antes
de que los niños se despertasen, y, al verlos descansar tan plácidamente, con
aquellas mejillitas tan sonrosadas y coloreadas, murmuró entre dientes:
"¡Serán un buen bocado!." Y, agarrando a Hänsel con su mano seca,
llevólo a un pequeño establo y lo encerró detrás de una reja. Gritó y protestó
el niño con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil. Dirigióse entonces a la
cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola rudamente y gritándole: -
Levántate, holgazana, ve a buscar agua y guisa algo bueno para tu hermano; lo
tengo en el establo y quiero que engorde. Cuando esté bien cebado, me lo
comeré. Gretel se echó a llorar amargamente, pero en vano; hubo de cumplir los
mandatos de la bruja.
Desde entonces a Hänsel le sirvieron comidas
exquisitas, mientras Gretel no recibía sino cáscaras de cangrejo. Todas las
mañanas bajaba la vieja al establo y decía: - Hänsel, saca el dedo, que quiero
saber si estás gordo. Pero Hänsel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la
vieja, que tenía la vista muy mala, pensaba que era realmente el dedo del niño,
y todo era extrañarse de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas,
vio que Hänsel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar
más tiempo: - Anda, Gretel -dijo a la niña-, a buscar agua, ¡ligera! Esté gordo
o flaco tu hermano, mañana me lo comeré. ¡Qué desconsuelo el de la hermanita,
cuando venía con el agua, y cómo le corrían las lágrimas por las mejillas!
"¡Dios mío, ayúdanos! -rogaba-. ¡Ojalá nos hubiesen devorado las fieras
del bosque; por lo menos habríamos muerto juntos!." - ¡Basta de
lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de servirte.
Por la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar
de agua el caldero y encender fuego. - Primero coceremos pan -dijo la bruja-.
Ya he calentado el horno y preparado la masa -. Y de un empujón llevó a la
pobre niña hasta el horno, de cuya boca salían grandes llamas. Entra a ver si
está bastante caliente para meter el pan -mandó la vieja. Su intención era
cerrar la puerta del horno cuando la niña estuviese en su interior, asarla y
comérsela también. Pero Gretel le adivinó el pensamiento y dijo: - No sé cómo hay
que hacerlo; ¿cómo lo haré para entrar? - ¡Habráse visto criatura más tonta!
-replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por
ella -y, para demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en la boca del
horno. Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando
la puerta de hierro, corrió el cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que
daba la bruja! ¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la
malvada hechicera hubo de morir quemada miserablemente.
Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado
Hänsel y le abrió la puerta, exclamando: ¡Hänsel, estamos salvados; ya está
muerta la bruja! Saltó el niño afuera, como un pájaro al que se le abre la
jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos, y cómo se arrojaron al cuello uno del
otro, y qué de abrazos y besos! Y como ya nada tenían que temer, recorrieron la
casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y
piedras preciosas. - ¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hänsel,
llenándose de ellas los bolsillos. Y dijo Gretel: - También yo quiero llevar
algo a casa -y, a su vez, se llenó el delantal de pedrería. - Vámonos ahora
-dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado -. A unas dos horas de
andar llegaron a un gran río. - No podremos pasarlo -observó Hänsel-, no veo ni
puente ni pasarela. - Ni tampoco hay barquita alguna -añadió Gretel-; pero allí
nada un pato blanco, y si se lo pido nos ayudará a pasar el río -.
Y gritó:
"Patito,
buen patito
mío Hänsel y Gretel han llegado al río.
No hay ningún puente por donde pasar;
¿sobre tu blanca espalda nos quieres llevar?."
mío Hänsel y Gretel han llegado al río.
No hay ningún puente por donde pasar;
¿sobre tu blanca espalda nos quieres llevar?."
Acercóse el patito, y el niño se
subió en él, invitando a su hermana a hacer lo mismo. - No -replicó Gretel-,
sería muy pesado para el patito; vale más que nos lleve uno tras otro. Así lo
hizo el buen pato, y cuando ya estuvieron en la orilla opuesta y hubieron
caminado otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más familiar, hasta
que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron entonces a
correr, entraron como una tromba y se colgaron del cuello de su padre. El pobre
hombre no había tenido una sola hora de reposo desde el día en que abandonara a
sus hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, había muerto. Volcó Gretel
su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron por el suelo,
mientras Hänsel vaciaba también a puñados sus bolsillos. Se acabaron las penas,
y en adelante vivieron los tres felices”.
A la hora de trabajar este cuento, lo situaría en el curso de 5º de
Educación Primaria, el motivo por el cual me decido por este curso se debe a
que es un cuento el cual posee una extensión considerable que obliga a los
alumnos a mantener la atención durante un amplio periodo de tiempo y a estas
edades ya son capaces de centrarse en torno a los problemas, soluciones y
elementos mediadores que aparecen en este.
Los niños a estas edades pueden presentar dificultades a la hora de
enfrentarse a los problemas que les pueden ir surgiendo a lo largo de la vida y
la búsqueda de posibles soluciones a estos. Les propondría que me contaran que
problemas han tenido ellos recientemente y cuáles han sido las soluciones que
han empleado para resolverlos.
Por otro lado, también les propondría que al llegar a sus casas después de la
jornada escolar, contaran este cuento a alguno de sus familiares con el fin de
que vivenciaran en primera persona cual es la experiencia de contar un cuento e
intentaran recordar los detalles más relevantes de la historia incorporando a
esta detalles de su propia cosecha.
Después de leerles el cuento a los alumnos, les haría una serie de
preguntas como pueden ser:
-¿Cómo creéis que se sintió el padre de Hansel y Gretel en el momento de abandonarlos?
-¿Pensáis que hizo bien su padre o debió plantarle cara a la madrastra?
-¿Cómo os habríais sentido si hubierais estado en el papel de Hansel y
Gretel en el momento de enterarse del plan de la madrastra?
-¿Vosotros también habríais pensado un plan para saber volver a casa?
-¿Cómo creéis que habría terminado la historia si los dos hermanos no
hubieran encontrado su casa?
En este cuento podemos encontrar la enseñanza de que cuando uno aúna sus
esfuerzos a los esfuerzos de otras personas pueden conseguir aquel objetivo que
se propongan. Esto nos puede ayudar mucho a que el alumnado de manera autónoma llegue a la
conclusión de que si trabajan de manera cooperativa en el aula y se ayudan
entre sí en lugar de pelearse les será más sencillo obtener un objetivo común.
No debemos contarles el cuento a los alumnos con este objetivo, deben ser ellos
mismos los cuales a través de sus propias reflexiones obtengan dicha conclusión
u otras que nosotros no hayamos sido capaces de observar las cuales pueden ser
perfectamente válidas si estos nos la saben argumentar.
En el momento de seleccionar el segundo texto de la actividad he querido
seguir la línea que mantienen los hermanos Grimm y que mejor, que escoger un
texto de un fiel seguidor de estos como es Hans Christian Andersen. He querido
trabajar un texto que es un clásico de este autor y que todos conocemos, mi
elección ha sido “El patito feo”.
Quiero recalcar que a la hora de buscar este cuento de Andersen me he encontrado
con numerosas diferencias con respecto al cuento que me habían contado de
pequeño.
En el cuento que me había contado a mí cuando era un niño la madre del
patito feo en el momento de su nacimiento estaba junto a otras mamás pato, las
cuales estaban empollando y cuidando de sus polluelos recién nacidos. Mi
narradora de cuentos favorita (mi madre) a la hora de contarme este cuento dejó
volar su imaginación e incluyó incluso una pelea en la que se enfrentaron el
patito feo y una garza ya que ambos se disputaban el amor de una bella patita
que andaba siempre por la charca donde vivían, ahora que he podido leer la
versión original buscándola por internet y no he podido evitar reírme recordando
aquellos momentos en los que mi madre se metía en el papel contándome este
cuento.
A raíz de esta explicación lo que intento mostrar es cómo la narrativa
folclórica se ve alterada en función del narrador que cuente la historia.
A continuación os dejo el texto de “El patito feo” de Hans Christian
Andersen, también he de aclarar que a mi desde luego me parece más entretenido
el que me contaba mi madre y no lo digo porque sea mi madre…
“¡Qué bien
se estaba en el campo los días de verano! ¡Qué bonito era ver el trigo
amarillo, la avena verde y el heno amontonado en los verdes prados! La cigüeña,
sobre sus largas patas rojas, andaba por allí charlando en egipcio, idioma que
había aprendido de su madre. Circundaban los prados grandes bosques y, en medio
de ellos, había profundos lagos. Definitivamente, ¡el campo era maravilloso!
A pleno
sol, se alzaba allí una vieja casa señorial rodeada por profundos canales;
desde lo alto del muro hasta el agua crecían grandes plantas de enormes hojas,
tan altas que un niño pequeño podría meterse debajo de ellas de pie. Aquel
lugar era tan salvaje y agreste como el más espeso de los bosques, y allí había
construido una pata su nido. Estaba empollando sus polluelos, pero ya empezaba
a perder la paciencia, pues apenas recibía visitas después de tanto tiempo como
llevaba. Los demás patos preferían nadar en los canales antes que pararse a
charlar con ella.
Por fin,
uno tras otro, fueron rompiéndose los huevos.
¡Pío, pío!
-decían los patitos a medida que asomaban sus cabezas por el cascarón.
-¡Cuac,
cuac! -dijo la mamá pata, y entonces todos los patitos salieron correteando lo
mejor que sabían, y miraban por todas partes bajo las verdes hojas; la madre
los dejó mirar cuanto quisieron, porque el verde sienta bien a los ojos.
-¡Qué
grande es el mundo! -dijeron los pequeños. Naturalmente tenían ahora muchísimo
más espacio del que habían tenido dentro del huevo.
-¿Creéis,
acaso, que esto es todo el mundo? -dijo su madre-. Pues debeis de saber que se
extiende más allá del jardín, hasta el campo del pastor; pero yo nunca he ido
tan lejos. ¡Bueno, ya estáis todos! -añadió levantándose del nido. ¡No, no los
tengo todos! Ahí está todavía el huevo más grande. ¿Cuánto tiempo va a tardar?
¡Ya me estoy cansando!
Y se sentó
de nuevo a empollar.
-Bueno,
¿cómo anda todo? -dijo una vieja pata, que venía de visita.
-¡Falta un
huevo, pero ya va tardando mucho -dijo la pata que empollaba-. No se rompe por
nada, pero fíjate en los otros. Son los patitos más preciosos que he visto.
Todos se parecen a su padre, el muy bribón, que ni siquiera ha venido a verme.
-Déjame
ver el huevo que no se rompe -dijo la pata vieja-. ¡Te apuesto a que es huevo
de pava! A mí también me engatusaron una vez y las pasé canutas con los
polluelos. Tenían miedo al agua, ¡no te digo más! De ninguna manera podía
hacerlos entrar en el agua; yo graznaba y los agarraba, pero de nada servía.
Déjame que vea el huevo. ¡Vaya, claro que es un huevo de pava! Déjalo ahí y
enseña a nadar a los otros.
-Voy a
seguir empollándolo un rato -dijo la pata-. He estado tanto tiempo que bien
puedo seguir un poco más.
-Allá tú
-dijo la vieja pata, y se marchó contoneándose.
Al fin se
rompió el enorme huevo. «¡Pío, pío!», dijo el polluelo y salió rodando. Era
grande y muy feo, y la pata exclamó:
-¡Es un
patito terriblemente grande! -dijo-. No se parece a ninguno de los otros. Pero
no será jamás un pavito. Para saberlo..., ¡al agua con él! Yo misma lo empujaré
si es necesario.
El día
siguiente fue espléndido; el sol lucía en las verdes hojas gigantescas. La mamá
pata, con toda su familia, se acercó al foso y... ¡Plum!, saltó al agua:
«¡Cuac, cuac!», dijo, y todos los patitos saltaron al agua uno tras otro; el
agua les cubrió la cabeza, pero al instante volvieron a aparecer, flotando de
maravilla. Las patas se movían por sí mismas sin ninguna dificultad y todos,
incluso el patito gordo y gris, salieron nadando.
-¡No, no
es un pavo! -dijo la pata-. No hay más que ver con qué agilidad mueve las
piernas, y lo derecho que se mantiene. ¡No hay duda de que es uno de mis
pequeños! Y, después de todo, si se le mira con atención, vemos que es bastante
guapo. ¡Cuac, cuac! ¡Venid conmigo, que os enseñe el mundo y os presente en el
corral de los patos, pero estad siempre junto a mí, para que nadie os pise; y
tened mucho cuidado con el gato!
Y así
entraron en el corral de los patos. Se había organizado un tremendo escándalo
en él, porque dos familias se disputaban la cabeza de una anguila, que al final
terminó en el estómago del gato.
-¡Ya veis,
así anda el mundo! -dijo la madre de los patitos, relamiéndose el pico, porque
también a ella le hubiera gustado llevarse la cabeza de la anguila-. ¡Para qué
tenéis las piernas! -dijo-. Venga, vamos, y haced una reverencia al pasar ante
la anciana pata, la más distinguida de todos nosotros. Tiene sangre española, y
por eso es tan rolliza. ¡Y mirad: lleva una cinta roja en la pata! Es la
distinción más grande que puede mostrar un pato; significa que nadie piensa en
quitarla de en medio y será siempre respetada por todos, los animales y los
hombres. ¡Bien derechos, no dobléis las piernas! Un patito bien educado separa
bien los pies, como hacen papá y mamá. ¡Mirad: así! Haced una reverencia y
decid: i Cuac!
Y así lo
hicieron; pero los patos que había por allí los miraron con desdén y dijeron en
voz alta:
-¡Vaya!
Ahora tendremos también que aguantar a esta gentuza. ¡Como si no fuésemos ya
suficientes! ¡Qué horror, qué pinta tiene ese patito! ¡A ése no lo soportamos!
Y al momento se le echó encima un pato y le picoteó en el cuello.
-¡Déjalo
tranquilo! -dijo la madre-. ¡No ha hecho daño a nadie!
-Sí, pero
es demasiado grande y raro -dijo el pato que le había picado-, y habrá que
destriparlo.
-¡Vaya
preciosidad de criaturas que tiene la mamá pata! -dijo la anciana con la cinta
en la pierna-. Todos son preciosos excepto ése, que ha salido algo raro. Me
gustaría que lo hiciese de nuevo.
-No puede
ser, señora -dijo la madre de los patitos-. No tiene buena presencia, pero
tiene un carácter muy cariñoso, y nada tan bien como los otros, y me atrevería
a decir que incluso mejor. Espero que cuando crezca mejore su aspecto y, con el
tiempo, no se vea tan grande. ¡Ha permanecido demasiado tiempo en el cascarón,
por lo que no ha sacado la proporción debida! Y entonces le acarició el cuello
con el pico y le alisó el plumón. Además, es un pato macho -agregó-; así que no
importa tanto que sea un poco feo. Espero que se haga muy fuerte, para que
tenga éxito en la vida.
-Los otros
patitos son encantadores -dijo la vieja-. Quiero que os sintáis como en vuestra
propia casa y, si encontráis una cabeza de anguila, podéis traérmela.
Con estas
palabras de la vieja pata, se consideraron como si fueran de la familia.
Pero el
pobre patito que había salido el último del huevo y que era tan feo, recibió
picotazos, empujones y burlas, tanto por parte de los patos como de las
gallinas.
-¡Es
demasiado grande y feo! -decían todos, y el pavo que había nacido con espuelas,
por lo que se creía un emperador, se infló como un barco a toda vela, se fue
derecho hacia él y comenzó a hacer glu-glu hasta que se puso rojo como un
tomate. El pobre patito no se atrevía ni a moverse; estaba muy triste de ser
tan feo y de ser la burla de todo el corral.
Así pasó
el primer día. Después las cosas fueron empeorando. El patito sufrió la
persecución de todos, incluso sus hermanos se portaron muy mal con él y no
paraban de decirle:
-¡A ver si
te agarra el gato, espantajo!
Y su madre
decía:
-¡Qué
lástima que no se pierda por el campo!
Y los
patos le picaban, las gallinas le picoteaban y la muchacha que traía de comer a
los animales, un día incluso le dio un puntapié.
Harto de
todo el patito huyó del corral. Saltó revoloteando sobre el seto, y los
pajarillos que estaban en los arbustos salieron volando espantados:
-¡Es que
soy tan feo! -pensó el patito, y cerró los ojos, pero sin dejar de correr. De
esta forma llegó al gran pantano, donde viven los patos salvajes. Allí pasó
toda la noche, abrumado de cansancio y pesadumbre.
Por la
mañana alzaron el vuelo los patos silvestres y observaron al nuevo compañero:
-¿Quién
eres tú? -preguntaron, y el patito hizo reverencias a todos lados y saludó lo
mejor que sabía.
-¡Qué feo
eres! -dijeron los patos salvajes-. Pero a nosotros nos trae sin cuidado, con
tal que no pretendas casarte con alguna de nuestras hermanas.
¡Pobre
patito! Él no tenía la más mínima intención de contraer matrimonio, a lo más
que aspiraba era a que le permitiesen reclinarse en los juncos y beber un poco
de agua del pantano.
Allí pasó
dos días enteros, hasta que llegó una pareja de gansos silvestres. No hacía
mucho que habían salido del cascarón, por lo que eran muy impulsivos.
-¡Oye,
compañero! -dijeron-. Eres tan feo que nos caes bien. ¿Te vienes con nosotros a
otras tierras? Aquí, en el pantano de al lado, viven unas preciosas gansas
silvestres, todas solteras, que saben graznar espléndidamente. Es la ocasión para
conseguir tu felicidad, por feo que seas.
-¡Bang,
bang! -retumbó de pronto por encima de ellos, y los dos gansos silvestres
cayeron muertos en los juncos, tiñendo el agua con su sangre. Volvieron a
retumbar en el aire nuevos disparos y bandadas de gansos salvajes se elevaron
de los juncos. Era una cacería en toda regla; los cazadores rodeaban el
pantano, incluso algunos se sentaban en las ramas de los árboles extendidas
sobre los juncos. El humo azul se elevaba por entre los oscuros árboles y se
mantenía suspendido sobre el agua, como nubes.
Por el
lodo del pantano llegaron chapoteando los perros de caza. Juncos y cañas se
movían en todos los sentidos; fue espantoso para el pobre patito, que inclinó
la cabeza para meterla bajo el ala; pero, en ese preciso instante apareció
junto a él un perro enorme y espantoso, con la lengua colgándole de la boca y
los ojos terriblemente brillantes; acercó su hocico al patito, mostró sus
agudos dientes y... ¡clac!, se marchó otra vez sin tocarlo.
-¡Uf,
menos mal! -suspiró el patito-. ¡Soy tan feo que ni siquiera el perro tiene
ganas de comerme!
Y se
estuvo muy quieto, mientras los perdigones silbaban entre los juncos y, uno
tras otro, los disparos atronaban el aire.
Hasta bien
entrado el día no volvió a quedar todo en calma, pero el pobre polluelo no se
atrevió a levantarse; esperó varias horas aún antes de salir del pantano con
toda la rapidez que pudo. Corrió por campos y prados; pero hacía mucho viento,
lo que le hacía más difícil la carrera.
Hacia el
anochecer llegó a una pobre casita de labradores; era tan miserable que ni
siquiera sabía de qué lado caerse, por lo que se mantenía en pie. El viento
silbaba tan ferozmente en torno al patito, que éste tuvo que sentarse sobre la
cola para no ser arrastrado por el huracán, que soplaba cada vez con mayor
fuerza. Entonces vio que la puerta se había desprendido de una bisagra y
colgaba tan torcida, que a través de la abertura podía colarse en la cocina, y
así lo hizo.
Vivía allí
una anciana con su gato y su gallina; el gato, al que llamaba Hijito, sabía
encorvar la espalda y ronronear, y hasta echaba chispas, si se le acariciaba a
contrapelo; la gallina tenía unas patas muy pequeñas y cortas, por lo que la
llamaban Gallinita Patas Cortas; ponía buenos huevos y la vieja la quería como
si fuera hija suya.
Por la
mañana descubrieron sin tardanza al extraño patito y el gato comenzó a
ronronear y la gallina a cloquear.
-¿Qué
pasa? -exclamó la mujer mirando a su alrededor, pero su vista no era buena, y
así creyó que el patito era una pata gorda que se había extraviado.
-¡Qué
agradable sorpresa! -dijo-. ¡Ahora podré tener huevos de pata, con tal de que
no sea macho! Vamos a verlo.
Y el
patito fue admitido a prueba durante tres semanas, pero no hubo huevo alguno. Y
el gato era el señor de la casa y la gallina era la señora, y solían decir:
-Nosotros
y el mundo -porque creían que ellos eran la mitad y la mejor parte.
El patito
pensaba de otra manera, pero la gallina no le permitió expresar su opinión.
-¿Sabes
poner huevos? -le preguntó la gallina.
-¡No!
-Entonces
será mejor que no abras la boca.
Y el gato
dijo:
-¿Sabes
encorvar el lomo, ronronear y echar chispas?
-¡No!
Entonces
no tienes que opinar cuando habla la gente sensata.
Y el
patito se sentó en un rincón, muy desanimado; entonces pensó en el aire fresco
y en la luz del sol; le acometió un extraño antojo de flotar en el agua, hasta
que al fin no pudo más y se lo contó a la gallina.
-¿Qué es
lo que te pasa? -preguntó ella-. No tienes nada que hacer, por eso te vienen
esos caprichos. Pon huevos o ronronea, verás cómo se te quitan esas ideas.
-Pero es
muy agradable nadar -dijo el patito-. ¡Es tan delicioso meter la cabeza y
bucear hasta el fondo!
-Pues sí
que debe ser divertido -dijo la gallina-. ¡Vaya loco que estás hecho!
Pregúntale al gato, que es el ser más listo que conozco, si le gusta flotar en
el agua o bucear. Pregúntale a nuestra ama, la vieja, que no hay nadie en el
mundo más listo que ella. ¿Crees tú que se le ocurre flotar en el agua y meter
la cabeza?
-¡No me
comprendes! -dijo el patito.
-Claro que
no te comprendo, ni sé quién te podrá entender; no pretenderás nunca ser más
listo que el gato y que la señora, por no hablar de mí misma. ¡No seas tonto,
muchacho!, y da gracias por todas las cosas buenas que has conseguido hasta
ahora. ¿No te encuentras en un hogar cálido y confortable y tienes buenos
compañeros de los que algo podrás aprender? Pero veo que eres un tonto y no
resulta divertido que permanezcas aquí. Puedes creerme que lo hago por tu bien;
te digo cosas desagradables, pero sólo los verdaderos amigos dicen las
verdades, porque te quieren. Lo que has de hacer es poner huevos y aprender a
ronronear y a echar chispas.
-Creo que
me iré al ancho mundo -dijo el patito.
-Pues vete
-dijo la gallina.
Y el
patito se marchó; se zambulló en el agua, buceó, pero los demás animales no le
hacían caso por lo feo que era.
Pronto
llegó el otoño; en el bosque, las hojas se volvieron amarillas y rojas, el
viento las arrancó, y ellas danzaron en remolinos bajo el cielo frío; flotaban
las nubes cargadas de granizo y de nieve, y sobre la cerca se posaba el cuervo
y chillaba: «¡Au, au!», del frío que tenía. Sí, uno se quedaba helado si
pensaba en ello; el pobre patito lo pasaba muy mal.
Una tarde
cuando el sol se ponía plácidamente, salió de entre los arbustos toda una banda
de hermosas y grandes aves. El patito nunca había visto ninguna tan hermosa, de
un blanco resplandeciente, con largos y flexibles cuellos. Eran cisnes, que,
lanzando un grito fantástico, extendieron sus espléndidas y largas alas y
escaparon volando de las tierras frías a los países cálidos, hacia el mar
libre; se elevaron muy altos, muy altos y el patito feo se sintió extrañamente
inquieto. Giró en el agua como una rueda, levantó el cuello en dirección a
ellos y lanzó un grito tan agudo y extraño que hasta él mismo se asustó. ¡Ah,
jamás podría olvidar a aquellos maravillosos y felices pájaros! En cuanto los
perdió de vista, buceó hasta el fondo y, cuando volvió a salir a la superficie,
estaba como fuera de sí. No sabía cómo se llamaban los pájaros, ni hacia dónde
volaban, pero les tenía un afecto tal como no había sentido antes por nadie. No
les envidiaba, porque no podía permitirse desear para sí semejante esplendor.
Se hubiera dado por satisfecho con que los patos lo hubieran admitido con
ellos. ¡Pobre animal, feo y estrafalario!
Y llegó el
invierno, extremadamente frío; el patito se veía obligado a nadar para impedir
que el agua se volviese hielo; pero cada noche el hueco en que nadaba se iba
haciendo más y más pequeño; terminó por helarse, por lo que se oía crujir la
capa de hielo; el patito tenía que mover constantemente las piernas para que el
agua no se congelase; al final estaba tan fatigado que se tendió completamente
inmóvil sobre el hielo, esperando su final.
A la
mañana siguiente, muy temprano, pasó un campesino, que lo vio y, rompiendo el
hielo con su zueco, lo recogió y se lo llevó a su mujer. Entre los dos lo
reanimaron.
Los niños
querían jugar con él, pero el patito feo creyó que le iban a hacer daño y se
metió, espantado, justo en el cántaro de leche, con lo que la leche se vertió
por la cocina. La mujer comenzó a gritar alzando los brazos al cielo y,
entonces voló a la artesa, donde estaba la mantequilla y después al barril de
la harina; cuando salió de él ¡qué aspecto tenía! La mujer chillaba y lo
perseguía con las tenazas de la lumbre, y los niños se empujaban unos a otros
para atrapar al patito, riendo y gritando. Fue una suerte que la puerta estuviese
abierta; escapó por entre los arbustos a la nieve recién caída, y se tendió en
ella como atontado.
Pero
resultaría demasiado penoso enumerar todos los apuros y desdichas que tuvo que
sufrir durante el duro invierno... Permanecía entre los juncos del pantano
cuando el sol volvió a calentar de nuevo; las alondras cantaban; había llegado
la primavera.
Entonces
agitó de golpe sus alas, resonaron éstas más fuertes que de costumbre y lo
elevaron vigorosamente. Casi sin darse cuenta se encontró en un vasto jardín,
donde los manzanos estaban en flor y las lilas exhalaban su aroma y colgaban de
las largas y verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Qué delicioso era disfrutar
de este sitio lleno de la fragancia de la primavera! De pronto, justo enfrente
de donde él se encontraba, salieron de la espesura tres magníficos cisnes
blancos, con el plumaje inflado, y se deslizaron suavemente sobre el agua. El
patito reconoció los espléndidos animales y se sintió sobrecogido por una
extraña melacolía.
-¡Volaré
hacia esas regias aves! Sé que me matarán a picotazos, por atreverme, tan feo
como soy, a acercarme a ellos. Pero ¡qué importa! ¡Prefiero que ellos me maten
a que me picoteen los patos, me piquen las gallinas, me desprecie la moza que
cuida del corral y tenga que sufrir los rigores del invierno!
Y así,
voló hasta el agua y nadó en dirección a los espléndidos cisnes. Éstos le
vieron y se lanzaron hacia él con las plumas erizadas.
-¡Matadme,
matadme si queréis! -dijo el pobre animal, e inclinó la cabeza sobre el agua a
esperar la muerte. Pero ¿qué es lo que vio en el agua transparente? Vio bajo él
su propia imagen, pero ya no era un torpe pájaro gris oscuro, feo y repugnante:
era un cisne.
¡Poco
importa haber nacido en un corral de patos, cuando se ha salido de un huevo de
cisne!
Se sentía
compensado de sobra por todas las penalidades y contratiempos que había
sufrido; pensaba sólo en su felicidad, en toda la belleza y alegría que le
esperaba.
Y los
grandes cisnes nadaban en torno suyo y lo acariciaban con el pico.
Habían entrado
en el jardín unos niños que echaron pan y trigo al agua, y el más pequeño
gritó:
-¡Hay un
cisne nuevo! -y los otros niños exclamaron con gritos de júbilo:
-¡Sí, ha
venido uno nuevo!
Y batieron
palmas y bailaron alrededor. Fueron después corriendo a buscar a sus padres, y
echaron pan y galletas al agua y todos dijeron:
-¡El nuevo
es el más hermoso! ¡Tan joven y tan esbelto!
Y los
cisnes mayores se inclinaron ante él.
Entonces
sintió mucha vergüenza y hundió la cabeza bajo las alas, no sabía por qué; era
inmensamente feliz, pero no sentía ni pizca de orgullo, porque un buen corazón
nunca se vuelve orgulloso; pensó de qué manera había sido perseguido y
escarnecido y ahora oía a todos decir que era la más espléndida de las aves, la
más hermosa. Y las lilas inclinaban sus ramas ante él hasta tocar el agua, y el
sol brillaba cálido y amable. Entonces ahuecó sus plumas, irguió su esbelto
cuello y se llenó de gozo su corazón.
-No soñé
jamás que una felicidad semejante fuera posible cuando sólo era un patito feo.”
En este texto folclórico el protagonista, que en realidad es un cisne, se
siente diferente al resto de animales que le rodean, rápidamente este consigue
observar que las características que él posee y que le hacen diferente no
significan que le hagan ser peor que los demás animales. Es en el momento en
que él se acepta a sí mismo cuando todos lo que le rodean comienzan a
aceptarle.
La aceptación de uno mismo es sinónimo de quererse y valorarse, esto está
estrechamente ligado a la autoestima de cada uno. Esto se forja de manera
continua a través de la confianza que cada uno tenemos sobre nuestra persona y
de la auto aceptación.
A lo largo de la etapa de Educación Primaria, los alumnos atraviesan numerosos
momentos en los que estos se sienten inseguros, es se debe a los cambios tanto
interiores como exteriores por los cuales pasan.
El patito feo, es rechazado por sus hermanos e incluso su madre (los
miembros de la familia que todos pensamos que son quienes más deben quererle y
protegerle también le fallan en este sentido). Este es víctima de una situación
injusta que él no ha elegido, ya que no ha dependido de él nacer en un grupo y
lugar que no es el adecuado, sufre constantes burlas y vejaciones
por parte de los animales que le rodean. Como resultado del afán de este para
encontrar un lugar seguro donde poder vivir sin estar sometido a constantes
burlas harán que el patito feo supere las adversidades por las cuales tiene que
atravesar. Finalmente cuando descubre quién es y se acepta tal y como es sin
importarle lo que piensan los demás es cuando los demás le aceptan.
Este cuento lo trabajaría en un aula de alumnos de 4º curso de Educación
Primaria ya que pienso que si se narrara en cursos inferiores, a estos les
sería complicado poder entenderlo y recapacitar acerca de su mensaje. Tras la narración del mismo les propondría a
los alumnos una serie de cuestiones, estas son las siguientes:
· ¿Qué sentimientos os transmite el
cuento del “Patito feo”, alegría, felicidad? ¿Me podéis decir porque os
transmite eso?
· ¿Pensáis que está bien que sus
propios hermanos le rechazaran por ser diferente?
· ¿Si los hermanos y su madre le
hubieran aceptado, pensáis que los demás animales al final también lo habrían
hecho?
· ¿Pensáis que alomejor si los demás
animales se hubieran parado a conocer más a fondo como es el patito feo
interiormente le habrían acabado aceptando?
· Si el patito feo no se hubiera ido,
¿Cómo pensáis que habría terminado la historia?
· ¿Podríais narrarme un final
alternativo?
En este texto podemos observar una enseñanza, es la de aceptar a todas las
personas sin tener en cuenta ninguna condición, todos somos iguales y pese a
las peculiaridades que podemos tener cada persona, no podemos dejarnos llevar
por el “envoltorio”. Quiero puntualizar que yo en ningún momento intentaría
transmitir a los niños dicha enseñanza, yo emplearía el texto como elemento
para entretener y divertir al alumnado pero nunca como medio para “moralizar”
ya que no es el fin de los textos folclóricos. Concretamente ese es uno de mis
objetivos a través de las cuestiones que les propondría, el buscar una
reflexión autónoma por parte del alumnado con el objetivo de que estos sean
capaces de llegar a sus propias conclusiones.
A la hora de analizar el vocabulario empleado en ambos textos, he de recalcar que pocas adaptaciones serían necesarias a la hora de narrar los textos ya que tanto en 4º de Primaria como en 5º de Primaria el alumnado empieza ya a poseer un léxico más variado que por ejemplo en cursos inferiores.
Como última elección he decidido salir de los cuentos más “tradicionales” y
decantarme por una de las leyendas que componen el amplio folclore español. La
opción de escoger una leyenda propia de un recopilador de mi país ha sido a raíz de
una conversación que mantuve con mis primos que están en edades que comprenden
la etapa de educación primaria. Les pregunté que me dijeran que cuentos
conocían ellos y de entre los que me enumeraron me di cuenta que no había
ninguno que fuera de un recopilador español. Este detalle me hizo
reflexionar sobre la idea de que alomejor en algunos centros escolares se
trabaja mucho los textos folclóricos pero sin salir de las obras más clásicas
que suelen ser de recopiladores extranjeros. Con esta reflexión no pretendo
menospreciar el trabajo que muchos docentes desempeñan en sus aulas, lo único
que quiero es que por un momento nos paremos a pensar si realmente hace falta
salir de nuestras fronteras para encontrar textos folclóricos de calidad porque
sinceramente pienso que no. Por suerte podemos presumir de tener grandes recopiladores que sean dedicado su carrera a escribir obras para los más pequeños
como es el claro ejemplo de Saturnino Calleja.
Este ha sido el texto que más me ha costado elegir ya que buscaba que
estuviera orientado a aquellos alumnos que componen el tercer ciclo de primaria
para que así ellos aparte de divertirse a través de escuchar la leyenda también
pudieran relacionar elementos de esta con elementos de otras áreas de
conocimiento que han trabajado.
Finalmente me he decidido por una leyenda que se llama “La trama de la
vida” de Saturnino Calleja, esta forma parte de un libro escrito por este
recopilador que se llama “Leyendas de Oriente”.
Así que sin más dilaciones les dejo con esta maravilla leyenda, espero que
todos los que la lean disfruten y reflexionen de la misma manera que lo he
hecho yo al escucharla por primera vez.
“El visir Alí-ben-Hassán, primer ministro de Amgiad, el gran
califa, se paseaba un día por los alrededores de Bagdad. Desde la mañana no
había tenido más que disgustos. Había dormido mal. Luego, su hijo primogénito,
Nuredín, que salió de casa la noche anterior, había vuelto ya bien claro el
sol, vergonzosamente borracho, revelando a las claras que se trataba con los
jóvenes calaveras de Bagdad y que infringía la sabia ley del Profeta, que
prohibe el uso del vino y de los licores. Por otra parte, la criada que tenía
el cargo de acompañar a su hija al baño, le había comunicado al regresar que,
por quinta vez, en el espacio de otros tantos días, un joven de aire satisfecho
se había atravesado en su camino como por casualidad, y que Armina, al pasar,
con el pretexto de arreglarse el velo, se lo había desarreglado, de manera que
permitió al apuesto desconocido ver su radiante rostro, hecho que en toda
doncella mahometana constituye un grave olvido de las reglas de la buena
conducta.
Muy malhumorado ya por estas desazones, Alí había ido al Consejo,
y al presentarse ante el califa Amgiad éste le había recibido fríamente. Hacía
poco tiempo que una sedición revolvía a una provincia próxima. Alí la había
reprimido con gran energía, sin considerar el asunto digno de ser expuesto a su
glorioso señor y amo pero los enemigos del ministro no habían sido igualmente
reservados y el califa reprochó con gran vehemencia a su ministro, primero, el
haber dado lugar a que surgiese una sedición en su reino; segundo, el haberle
ocultado el hecho, y tercero, el haberla reprimido por la fuerza y no por la
persuasión, que es ciertamente preferible, aunque desgraciadamente no siempre
es eficaz. Por esta causa, Alí había salido del Consejo muy molesto por la
impresión, siempre dolorosa para un estadista, de que su crédito había mermado
considerablemente.
Llegado apenas a su casa, su esposa había reñido con él,
acusándole de tacañería en la cantidad que le destinaba para vestirse y
declarándole que la esposa del gobernador de palacio se vestía mejor que ella,
que en realidad no tenía nada que ponerse. Alí inclinó la cabeza ante la
tormenta y mandó a sus criados que le sirviesen la comida, esperando hallar en
los placeres de la mesa una compensación a sus disgustos públicos y privados;
mas por desgraciada casualidad, el cocinero prescindió aquel día de todos los
platos que le gustaban al visir.
Completamente desesperado, Alí salió de su casa, dejó la ciudad y
se fue a pasear al campo.
Verdaderamente—murmuró Alí según iba andando— , hay días en que
debiera uno poner fin a su existencia. ¿Para qué le sirve a uno la vida sino
para rabiar?
Un sol abrasador quemaba el camino que seguía el visir, que no
tardó en sentir un irresistible deseo de encontrar algún lugar umbroso. Después
de mucho buscar, llegó a un sendero que, por lo estrecho y torcido, prometía
frescura y paz, y se internó en él. Anduvo hasta una tapia ruinosa, cerca de la
cual se alzaba una palmera. Alí lanzó un suspiro de satisfacción y se echó
junto a la tapia, a la sombra de las anchas hojas del árbol. Seguramente no
hubiera tardado en quedarse dormido, si no hubiese comenzado a molestarle un
monótono zumbido. Miró el visir a un lado, y otro, y vió girar alrededor de su
cabeza una mosca preciosa verde y oro. Como Alí deseaba la paz del sueño, la espantó
dos o tres veces con la mano, pero, la obstinada mosca volvió una y otra vez a
él, acabando por posársele descaradamente en la nariz.
Esto era ya demasiado. Alí se sentó bruscamente y dio un manotazo
vigoroso a su enemiga sin alcanzarla. Pero la mosca, en su precipitada fuga, no
vió que se iba derecha a la tela de una araña muy gorda tendida entre un ángulo
de la tapia y el tronco de la palmera. El visir no pudo menos de sentirse
satisfecho al pronto, diciendo para sus adentros:
—¡Ahora me dejarás dormir un rato, mosca mareona!
Y como siguiera observando lo que le ocurría a la mosca
verde-oro, vió salir de una grieta de la tapia una monstruosa araña que tenía
tan grande el vientre como la yema de un dedo de hombre y unas patas largas,
negras y velludas. Corrió la araña hacia su presa y se puso a tejer una red en
torno de la mosca, que aleteaba en un vértigo de terror y de angustia. Hacía
tan desesperados esfuerzos para librarse de sus ligaduras, que Alí se
compadeció al fin, al ver la inútil lucha, y aun cuando estaba muy cansado, no
quiso dejar perecer a su enemiga de un modo tan triste. Levantóse, pues,
espantó a la araña y libró después a la mosca de su cautiverio.
—Ahora espero que me dejes en paz—le dijo abriendo los dedos y
dejándola libre.
La mosca echó a volar y Alí la perdió en seguida de vista.
Entonces volvió a tenderse a la sombra de la palmera, cerró los ojos y se quedó
profundamente dormido. Una voz que pronunciaba su nombre le despertó, y al
abrir los ojos vio ante él un personaje de deslumbradora belleza y proporciones
gigantescas. De sus hombros salían dos alas tenues y transparentes. Alí
comprendió que se hallaba en presencia de un genio.
—Visir—dijo la aparición—, me has prestado un verdadero servicio.
Yo era la mosca que zumbaba ha poco alrededor de tu cabeza. Había tomado
aquella forma con el fin de dejar un rato mi ordinaria grandeza y volar
libremente en los rayos del sol. Un perverso encantador, enemigo mío, trató de
aprovechar la ocasión y se convirtió en la araña aquella en cuya tela quedé
preso y de la cual no hubiese escapado a no ser por tu auxilio. Porque has de
saber que, aun, cuando se nos permite tomar la forma que se nos antoja,
corremos al mismo tiempo el riesgo de caer en iguales lazos que los seres cuyo
aspecto adoptamos, y si caemos, sólo puede librarnos de ellos el auxilio de los
hombres. Así, me he salvado gracias a tu generosa intervención, y en pago de
ello pídeme un favor, pues cualquiera que éste sea prometo concedértelo.
El visir permaneció silencioso un momento y al fin repuso:
—Hace una hora estaba yo pensando que no nos trae ninguna ventaja
el vivir muchos años, porque diversos disgustos nos estropean muchos días de
nuestra existencia y, por lo tanto, sería mucho mejor vivir menos tiempo,
siempre que nuestra existencia se compusiera exclusivamente de días claros y
felices. Pues, si está en tu poder hacerlo, suprime de mi vida futura todos los
días de aflicción y déjame vivir sólo aquellos que haya de verme tranquilo y
alegre. Si me complaces, pagarás con largueza el favor que te he hecho.
Al oír tales palabras el genio sonrió de un modo enigmático y dijo
a Alí:
—¿Has meditado bien tu deseo?
—Sí—respondió Alí.
—¡Pues sea como quieres!
Instantáneamente el visir sintió que su fantástico interlocutor le
cogía por mitad del cuerpo y le elevaba hasta una altura tal, que perdió el
sentido; y cuando volvió en sí se encontró en la cama de su casa de Bagdad, con
el cuerpo tan estirado y tan frío, que no podía hacer el más ligero movimiento.
Tenía cerrados los ojos, mas a pesar de ello veía lo que pasaba en torno suyo y
oía todo lo que hablaban en el aposento, que estaba lleno de gente. Hallábanse
allí su esposa, sus hijos y sus criados, llorando todos y lamentando la pérdida
de tan buen esposo, tan buen padre, tan buen amo y tan fiel y noble amigo.
Y pensó Alí:
—¿Es que estoy muerto?
—Sí —contestóle una voz.
El genio apareció a los pies de la cama, sin que fuera visible
para nadie más que para Alí, cuyos pensamientos leía.
—¡Pérfido espíritu!—pensó el visir—. ¿Es éste el modo de cumplir
tu promesa?
—No me acuses a mí—replicó el genio—; acusa solamente a tu propia
torpeza. ¿Por qué me pediste lo que era imposible? Dos hadas tienen el cargo de
hilar los destinos de los hombres. Al principio de todas las cosas, se puso
ante una de dichas hadas un montón de lana blanca para que hilara con ella los
días dichosos, y ante la otra un montón de lana negra para que con ella tejiera
los días que habían de ser infaustos. Pero una noche, mientras las hadas
dormían, llegó el diablo y se divirtió un rato revolviendo los dos montones de
lana, Enredándola de tal modo, que cuando las hadas se despertaron les fue
imposible separar la lana negra de la lana blanca. Desde entonces tienen que
hilar los días con los colores mezclados, y por eso se componen de alegrías y
tristezas. Recuerda los que has vivido, y di si hay alguno en que no hayas
tenido alguna satisfacción, por pequeña que haya sido. Al pedirme que cortara
de tu vida futura todos aquellos días en que hubieras de tener algún disgusto,
me pediste, en realidad, que suprimiese todos, y ha llegado para ti el día de
la liberación, que es el de la muerte. Siento mucho haber tenido que darte esta
lección, pero tú lo has querido así.
—Desgraciadamente no puede servirme ya de nada, puesto que me he
muerto—dijo Alí.
El genio se sonrió entonces y le dijo:
—Soy benévolo. Si quieres, será como si no me hubieses dicho nada;
volveré a llevarte al lugar de donde te traje y no se cambiará nada en tu
existencia. ¿Aceptas?
—No puedo desear cosa mejor—respondió el visir.
El genio tendió los brazos a Alí, ante cuya vista desapareció
todo, y por segunda vez se quedó privado de sentido. Guando lo recobró estaba
al pie de la tapia, a la sombra de la palmera donde se había quedado dormido
antes. Levantóse, preguntándose a sí mismo si le había ocurrido realmente
aquello o si había sido sencillamente un sueño, y se encaminó a su casa,
pensativo.
Y llegando a ella, se enteró Alí de que su hijo Nuredín se había
puesto malo, a consecuencia de los excesos de la noche anterior, que había
jurado no volver a beber más que agua... Supo también que el joven con quien se
encontraba su hija dan frecuentemente al ir y volver del baño, era hijo de uno
de los personajes más ricos e importantes de Bagdad, y que había pedido
formalmente la mano de Armina. Además, recibió el visir una carta del califa
Amgiad, su soberano, declarándole que, después de reflexionar, consideraba
prudente y enérgica su conducta, y asegurándole que gozaba más que nunca de la
estimación regia. Por fin, la esposa del visir había hecho una visita a' la
esposa del gobernador de palacio, y había visto con sus propios ojos que el
nuevo vestido de aquella dama era un verdadero mamarracho, por lo cual estaba
ya de muy buen humor. Y hasta el cocinero había resuelto reparar la negligencia
de la mañana, y sirvió a Alí una comida exquisita.
Así terminó, del modo más dichoso, un día que había comenzado tan
adversamente, y el visir, al ir a acostarse, se confesó a sí mismo, sonriendo,
que el genio, real o imaginario, le había dado una lección sabia, que nunca más
olvidaría”.
Este texto lo
enfocaría a alumnos del tercer ciclo de educación primaria, más en concreto lo
trabajaría con alumnos del curso de 6º de Educación Primaria debido a la extensión de este que puede hacerse pesado para alumnos de cursos
inferiores, a la hora de contárselo a mis alumnos no llevaría a cabo ninguna
adaptación de vocabulario o expresiones con respecto a cómo yo lo he escuchado.
Cierto es, que si lo contáramos en cursos inferiores este vocabulario debería
simplificarse al igual que la extensión del texto.
Otra razón por la que
creo que este curso sería el más adecuado es porque si no conseguimos que los
alumnos vivan la leyenda y se “sumerjan” en su interior no seremos capaces de
que la disfruten realmente, si se trabajara en alumnos de edades inferiores
realmente no estaríamos sacándole todo el partido que este texto se merece.
Este texto además
podría permitir que el alumno enlace por sí mismo elementos de la leyenda con
otros previamente adquiridos en otras áreas de conocimiento como anteriormente
mencioné. Ellos podrían llevarlo a cabo por ejemplo, situando mentalmente en el
mapa donde se encuentra Bagdad y relacionándolo con el país al que pertenece. También podrían relacionar
la imagen del califa con aquella parte de la historia de España conocida como
los Califatos y así repasar indirectamente de manera autónoma aquellos conocimientos
adquiridos en el área de Historia.
De manera indirecta
también podrían trabajar el área de Literatura explicando a los alumnos quién
es el recopilador de esta leyenda, aparte de hablarles de su vida y
recopilaciones más relevantes.
Las cuestiones que le
haría al alumnado en relación a este texto serían las siguientes:
·
¿Podríais definirme con una sola palabra que os ha
parecido la leyenda?
·
¿Si tuvierais que elegir, con que parte os quedaríais?
·
¿Realmente pensáis que el genio llevaba razón acerca de
la reflexión de la vida que expuso al califa?
·
¿Pensáis qué realmente los problemas cotidianos que
nos surgen nos impiden ver todas aquellas cosas bonitas que nos pasan a diario?
·
¿Alguno conoce alguna leyenda que al igual que esta, nos haga reflexionar sobre
el valor de las pequeñas satisfacciones de nuestra vida diaria? Si no la
conocéis, preguntad a alguno de vuestros familiares y contádsela a vuestros
compañeros mañana.
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